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El negocio sucio de la recogida pública de basuras

In Austrian Economics, Emerson, Essays, Libertarianism, Philosophy, Property on January 13, 2016 at 8:45 am

Allen 2

Translated by and available here at Mises Mispano. Publicado originalmente el 14 de octubre de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

Han pasado casi diez años desde que el Wall Street Journal mostrara el Instituto Mises y afirmara que Auburn era un lugar ideal para estudiar las ideas libertarias y la tradición austriaca. No sé cuánto ha cambiado desde entonces, pero llegué a Auburn esperando un santuario del libre mercado, un verdadero refugio donde las ideas de Menger y Mises y Hayek estuvieran en el ambiente y estuvieran embebidas en la mayoría de la gente que no fuera miembro de la facultad de Auburn e incluso a algunos que lo fueran.

Una vez establecido en Auburn, me di cuenta de que había sido idealista e ingenuo. Incluso antes de que los medios nacionales publicaran la historia del policía que habló contra las cuotas de multas y arrestos de su departamento, incluso antes de que la ciudad de Auburn expulsara a Uber con duras regulaciones para su autorización, incluso antes de que Mark Thornton señalara la maldición del rascacielos en el pueblo, estaba el tema de mi cubo de basura.

Compre mi casa a una empresa de mudanzas, habiendo sido asignado el anterior propietario a un nuevo cargo en otra ciudad. Este propietario tenía prisa por mudarse. Antes de dejar el pueblo, llevó junto con su familia el cubo de basura al lado de la casa, lejos de la calle, donde el recogedor rechazaba tomarlo. Habían llenado el cubo con basura: comida, papel, cajas de cartón, pañales sucios y otros desperdicios. Había tanta basura en el cubo que la tapa no se cerraba del todo. Parecía una boca bostezando. La casa estuvo en el mercado durante unos ocho meses antes de que la comprara y supongo que el cubo se quedó ahí, junto a la casa, todo el tiempo. Naturalmente, había llovido durante los últimos ocho meses, así que, con su tapa medio abierta, estaba lleno de basura mojada y parásitos sin cuento. Y apestaba.

La ciudad disfruta de un virtual monopolio sobre la recogida de basuras: cobra sus tarifas con la factura del agua y alcantarillado de la ciudad. Las pocas empresas recogedoras de basuras en el pueblo atienden sobre todo a restaurantes y negocios: entidades que simplemente no pueden esperar una semana a la recogida y necesitan un proveedor de servicios capaz de vaciar contenedores enteros llenos de basura. La ciudad sí permite a los residentes renunciar a sus servicios de recogida, pero esto solo oculta su suave coacción con una ilusión de opción del consumidor.

Las cláusulas de salida son maliciosas precisamente debido a la impresión de que son inocuas, si no generosas. El derecho contractual se basa en los principios de asentimiento mutuo y acuerdo voluntario. Sin embargo, las cláusulas públicas de salida privan a los consumidores de volición y poder negociador. Distorsionan la relación contractual natural de una parte inversora, el gobierno, con un poder que la otra parte no puede disfrutar. No contratar los servicios no es una opción y el gobierno es el proveedor por defecto que establece las reglas de negociación: la baraja forma un mazo que va contra el consumidor antes de que la negociación pueda empezar.

La responsabilidad, además, recae en el consumidor para deshacer un contrato al que se ha visto obligado, en lugar de en el gobierno para proporcionar servicios de alta calidad a tipos competitivos para mantener el negocio del consumidor. Las cláusulas de salida hacen difícil al consumidor acabar su relación con el proveedor público y obligan a los competidores potenciales a operar en una situación de manifiesta desventaja.

Mi mujer y yo llamamos al ayuntamiento tratando de conseguir un cubo nuevo. Ninguna limpieza y esterilización podrían quitar su olor al cubo actual. No podíamos mantener el cubo dentro del garaje por ese olor opresivo. Dejamos mensajes de voz a diferentes personas en diferentes departamentos del ayuntamiento, pidiendo un nuevo cubo y explicando nuestra situación, pero nadie nos devolvió las llamadas. No había ninguna atención a clientes similar al que tendría una empresa privada. Después de todo había poco peligro de perdernos como clientes: el ayuntamiento era al proveedor del servicio para prácticamente todos los barrios de la ciudad, debido a la dificultad que tenían las empresas privadas para abrirse paso en un mercado controlado por el gobierno. Estábamos en ese momento atrapados por las ineficiencias y la falta de respuesta del ayuntamiento. Con mucha persistencia, mi mujer acabó consiguiendo hablar con un empleado del ayuntamiento. Sin embargo, se le informó que no podíamos conseguir un cubo nuevo si el nuestro no se rompía o robaba. Eso apestaba.

Con el tiempo descubrí otros inconvenientes de nuestro servicio público de basuras. Durante las vacaciones, cambiaban los calendarios de recogida. Cuando mi mujer y yo vivíamos en Atlanta y usábamos una empresa privada de recogida de basura, sus calendarios no cambiaban nunca. Nuestras recogidas eran siempre puntuales. Nuestros basureros eran amables y fiables porque, si no lo eran, podía contratar otros nuevos que aparecerían en mi calle a la mañana siguiente con sonrisas brillantes en sus caras.

Es bastante sencillo seguir un calendario alterado por vacaciones, así que eso hicimos en Auburn, pero los basureros rechazaron seguir dicho calendario. Después de Acción de Gracias, cuando la basura tiende a cumularse, pusimos nuestro cubo en la calle según el calendario. Lo mismo hicieron nuestros vecinos. Pero nadie recogió nuestra basura. Toda nuestra calle lo intentó la semana siguiente, el día indicado, y nadie se llevó la basura. Un vecino preocupado llamó al ayuntamiento y pudimos arreglar la embrollada situación, pero no sin dedicar tiempo y energías que podrían haberse dirigido a cosas mejores.

Cuando era niño, a mi hermano y a mí se nos encarga todos los años podar los árboles y arbustos y eliminar las malas hierbas que crecían junto al estanque de nuestro jardín. Podíamos  apilar ramas y troncos aserrados de árboles y otros desperdicios en el bordillo de nuestra calle, junto con bolsas de hierba cortada y nuestros basureros, que trabajaban para una empresa privada, siempre recogían estas cosas sin preguntas ni quejas. Se lo agradecíamos tanto que a veces les dejábamos sobres con dinero extra para expresar nuestro agradecimiento.

Sin embargo en Auburn una vez fui incapaz de añadir una bolsa de basura adicional en nuestro cubo, que estaba lleno, así que llevé el cubo a la calle y puse junto a él la bolsa adicional. Luego entré a hacerme el café matutino cuando de repente un camión de recogida aparcó junto a mi cubo. Miré por la ventana mientras el basurero descendía del camión, sacudía la cabeza, se subía de nuevo al camión, tomaba papel y bolígrafo y empezaba a escribir. Lo siguiente que supe es que estaba redactando una denuncia por una posible infracción. Resultó ser una mera advertencia, en  letras mayúsculas, de que la próxima vez que hiciera algo tan indignante como poner nuestra basura para la recogida sin usar el cubo, tendría ciertas repercusiones (he olvidado cuáles).

Cuando pienso en las cosas que los basureros recogían de nuestra calle en Atlanta (una puerta vieja, un lavabo roto, una segadora que no funcionaba) me maravillo de que el ayuntamiento te obligue a comprar etiquetas en la Oficina de Hacienda si quieres que recojan en la calle cosas como secadores, calentadores, neveras o microondas. Pero sigo siendo optimista y no solo porque Joseph Salerno venga al pueblo para ocupar la recién dotada cátedra John V. Denson en el Departamento de Economía de la Universidad de Auburn.

Soy optimista porque veo algún cambio positivo. Recientemente organizamos una venta de garaje y descubrimos, dos días antes del gran día, que el ayuntamiento obligaba a un permiso para esos eventos. Esta vez, cuando llamamos al ayuntamiento para solicitar el prmiso obligatorio para ventas de garaje, recibimos buenas noticias: esos permisos ya no eran necesarios siempre que realizáramos la venta en nuestro propio espacio de calle. Aunque sea pequeño, es un progreso. Tal vez se extienda a otros sectores de nuestra pequeña comunidad local. Hasta entonces, ¡al ataque!

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